01 marzo 2009

Oficios, costumbres, cosas que se pierden


Debido al retraso en la aparición de "La Hoja de Higuera" nº 4 a la que en principio estaba destinada, publicamos aquí una nueva colaboración de Tremesinos (alias de un higuereño que prefiere seguir de incógnito) sobre la costumbre de la matanza que, desgraciadamente, también se va perdiendo, en gran parte por el envejecimiento y despoblamiento paulatino de nuestro pueblo.


LOS DIAS DE MATANZA

Desde hace tiempo añoro esas mañanas de frío intenso y heladas inmensas en nuestro pueblo, en días de MATANZA. Quizás no todos los Higuereños lo sintamos de la misma forma, pero si es cierto que todos tenemos en común un mismo entorno e igual patrón funcional para esta actividad, tan necesaria para la economía como para las interrelaciones familiares de antaño. A pesar de que quizás no todas las generaciones tienen claro que significaba una Matanza y como se resolvía en cada familia, no quiero explicar el proceso, sino lo que suponía este día para mí, en mi infancia, en mi juventud, y por que no decirlo, también en mi madurez.
No hace muchos días, alguien me dijo que tenia que hacer la matanza y que por ello tendría que dejar de hacer no se qué, bien, pues esto me hizo recordar esos días en los que mis padres madrugaban más de lo debido; aquí hay que decir que mi madre era la que organizaba días antes todos los preparativos y enseres necesarios, que no eran pocos, ya que la matanza no empezaba ese día, sino diez o quince días antes, eso sin contar que los cerdos había que engordarlos durante todo el año y era habitual el comentario “Que buenas matanzas tienes este año”; también estaba la calabaza claro, fruto que todo el mundo sembraba y que solo se utilizaba para hacer las morcillas, por lo menos en mi familia, ¡y qué morcillas!, no las he vuelto a comer como las que mi madre echaba en el cocido. Sí, quizás ahora también las encontramos en el mercado actual, pero como las de mi madre desde luego NO; igual pasa con aquellos patateros que a los pocos días de hacerlos se los envolvía en papel mojado, (de los sacos de pienso, o periódico si los había) y se enterraban en las brasas de la lumbre, que ricos, hace tiempo que no los como de esa manera.
Remontándome mucho a mi infancia, quiero recordar el ajetreo familiar en esta época del año, porque eran dos días en los que estábamos todos los primos e incluso algún hijo de amigos de los anfitriones, aunque no era tan habitual. Lo primero que hacíamos era recoger las pezuñas que muy hábilmente nuestros mayores, o los jovenzuelos que se envalentonaban azuzados por estos, arrancaban de los cerdos ( cosa nada fácil si no se tenia experiencia); una vez que teníamos varias, buscábamos un bote del tomate, le echábamos agua y las cocíamos en la lumbre, y ya está, no se bien porque hacíamos esto, pero el caso es que de esta manera nos tenían entretenidos y no estorbábamos demasiado. Una vez que esto nos aburría llegaba la hora del recimijón, aquí si que puedo decir que yo disfrutaba de lo lindo y siempre estaba en disputa con algún primo o prima por seguir montado y claro intervenía el abuelo, que ya quizás estaba demasiado mayor para realizar trabajos de matanza y se dedicaba a tener controlada a la chiquillería.
Abuelo Simón, que gordo está usted, lo debo de estar pues como muy bien, duermo la siesta, me subo al casino y me tomo el café, y le digo a la criada que me lave los pies, con agua fría para que me ría, con agua caliente me suda la frente, una dos y tres bájate niño de ese cordel que vas a perder. Aun la puedo entonar y todo, aunque no estoy muy seguro si acababa de esta manera, aunque lo mas probable es que haya otras versiones, como suele ocurrir con todas aquellos cánticos populares.
A medida que pasaban las horas aquello se convertía en una carnicería y en un barullo, aunque controlado siempre por la jefa de la casa, porque mas de una vez mi padre se ha llevado una bronca descomunal por no saber donde se pone esta parte del cerdo y donde esta otra. Pero en el momento que llegaba la lengua del cerdo ya reconocida, llegaban las primeras cortezas asadas untadas de ajo, que buenas estaban y que sabor a lumbre tan intenso; luego con el paso de los años comprobé que aun estaban mejor con un buen vaso de vino. Llegada la hora de la comida, casi siempre bastante tarde, lo más de todo eran las natillas de mi madre con galletas y una nata riquísima; aquí si no se andaba con ojo desaparecía y te quedabas con las ganas.
A medida que nos hacíamos mayores, participábamos mas en la matanza, aunque también se participaba realizando trabajos en el campo para que tu padre estuviera dedicado a los menesteres de este día el mayor tiempo posible, aunque en mi caso mí padre me incitaba a que aprendiera, sobre todo porque a él no le gustaba mucho la cosa. Algo que mi padre siempre quiso que realizara era que matara yo el cerdo (él era un especialista) porque a nadie se le escapa que era todo un ritual este proceso. Primero, coger al cerdo del corral o la pocilga, esto ya era de valientes, a no ser que la madre cuando los daba la comida le atara con cuidado de la pata, pero claro el cerdo estaba sin comer desde el día anterior y que estuvieran atados no era lo habitual, después llevarlo hasta el lugar de la matanza y claro, subirle vivo a la mesa (el cerdo gruñendo a todo pulmón, con lo que el compañero atado a la ventana mas cercana estaba de los nervios viendo lo que se le venía encima) para más tarde hincarle el cuchillo hasta pinchar en el sitio adecuado para que se desangrara bien, cosa de suma importancia para los procesos siguientes, pero claro tenia que ser alguien atrevido y con experiencia, porque si no se hacía bien se quedaba en mal lugar. En mi caso mi padre insistió cada una de las matanzas que se han realizado y yo no lo hice nunca, no se muy bien por qué, quizás por esa rebeldía de adolescente de llevar la contraria o quizás por no asumir esa responsabilidad, o también por demostrar que no hacía falta matar un cerdo en una matanza para hacerse mayor, el caso es que no recuerdo haberlo hecho, cosa que con otros animales si.
También era muy grato, ya en la adolescencia, que tus mayores utilizaran esta ocasión para integrarte en ese circulo familiar como persona mayor, se notaba en el ofrecimiento de las copas de anís en las primeras labores del día, de vino en las comidas, en los primeros cigarros delante de tu padre, las valentonadas con la maquina de picar la carne, incluso te dejaban participar en preparar las carnes para los diferentes procesos, chorizos, morcillas, salchichones etc., eso si, siempre me tocó envolver la cecina con los guisos, esto además me decían que se me daba muy bien, cosa que siempre supe era para animarme a hacerlo, pero yo les dejaba, incluso ya de mayor, porque de alguna manera me había especializado. Claro, en el segundo día siempre me tocaba estar con las mujeres haciendo la cecina y de esto tardé en escabullirme; yo lo que quería era irme con mis tíos de caza un ratito, cosa habitual el segundo día después de comer.
En la matanza al final participaba todo el mundo, era como un día de fiesta donde hasta los gatos y los perros estaban contentos, todo esto te hacia sentirte parte de ese ritual que suponía la matanza y con ello parte de la familia y sus costumbres, porque siempre se mantuvieron vivas, hasta la ultima ocasión que se hizo matanza en mi familia.
Echo de menos estos días, echo de menos el sabor de los productos de la Matanza, y también echo de menos esos vínculos familiares, aunque ahora los vínculos sean de otra manera y los productos que comemos estén sanitariamente más controlados ¿o no?

Tremesinos

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tremesinos, jo como cambia la historia, antes se decia que todo el mundo si es posible, se identificara y ahora aceptais anonimatos, pues:
un anonimo

Anónimo dijo...

No obstante no son bienvenidos, y se eliminarán, aquellos comentarios banales u ofensivos para cualquier persona o institución. EN NINGUN SITIO DICE QUE SE ELIMINARAN LOS COMENTARIOS ANONIMOS.PARA EL ANTERIOR ANONIMO DE UN ANONIMO

Anónimo dijo...

Tremesinos es un nombre muy bonito de un paraje de nuestro pueblo y que alguien se identifique con él, además de contar cosas que le sucedieron me parece poco criticable, ni siquiera como anónimo.